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ISSN 1989-4163

NUMERO 118 - DICIEMBRE 2020

 

Nomofóbicos

Francisco Gómez

Tú no te no te lo crees pero eres un/a adicta al móvil, un namofóbic@. Los ingleses que saben mucho de las cosas tecnológicas que tú cada día comprendes menos y te sobrepasan, hicieron un estudio encargado por la oficina de correos, encargado a un instituto demoscópico para estudiar la ansiedad que sufren los usuarios de teléfonos móviles. El citado estudio contó con una muestra de 2.163 personas y casi el 51% de los dependientes de teléfonos móviles tienden a sentir ansiedad, estrés, incluso depresión cuando pierden su teléfono móvil o se les agota la batería, el crédito o no tienen cobertura de red. Alrededor del 60% de los hombres y el 20% de mujeres sufren de fobia y un 9% adicional se sienten estresados cuando sus móviles están apagados. Más incluso. Esta investigación demostró que los niveles de estrés de una persona nomofóbica son equiparables a los nervios que se sienten el día antes de tu boda o la visita al dentista. Y todo por estar supuestamente comunicados. Otra gran mentira. La gente va por la calle, en el transporte público, en los bares, cafeterías, restaurantes, pegados a la pantalla del móvil para sentirse comunicados, fuera del aislamiento de llamadas de familiares y amigos.

No sabes si es cierto o no pero dicen que una de las causas de volverse dependientes de estos trastos que han invadido nuestra vida, nuestra intimidad, nuestro mundo de relaciones y comunicarnos con el mundo viene por un bajo índice de autoestima e incluso de aceptación de tu persona. Gentes que como tú se hacen selfies diarios para estar en la actualidad de tus seguidores y que sepan que estás ahí, te mueves y haces cosas para divertirte, divertirles, agradarles y sentirte vivo mientras te haces esclavo de tu smarthphone y claudicas de tu reino interior para mostrar toda tu vida a los demás.

Un ejército de insomnes recorre las calles, los autobuses, los trenes, los aviones , dentro de sus casas, pegados a sus móviles a la espera de un mensaje de wasap, facebook, messenger, linkedin, wallapop, YT music, netflix, hbo, kinder, meeting  o buscas lo último que han publicado tus amigos, conocidos e influencias en su instagram. Te sientes comunicado y no conoces a tu vecino de rellano, del que no sabes su nombre ni qué le hace sentir, vivir, soñar, esperar y qué le carcome el alma o le despierta la sonrisa de la esperanza. Pasas de él. Aunque quizás también para ella seas un perfecto desconocido que no importa, un invisible prescindible en esta inmensa colmena de edicios interconectadamente aislados de tu city. De tus vecinos, de tus amigos de los que ya apenas sabes nada ni te importan y ellos te responden con recíproca moneda. Tienes amigos virtuales en Málaga, Bilbao. Madrid, Cangas de Onís, Almagro, Colombia, Francia y Estados Unidos pero ya te resulta indiferente la suerte de tu hermano cercano. La vida virtual de las redes sociales es tu medio natural de vida y te oferta la felicidad ficticia que te otorga. El mundo real te parece feo, absurdo, triste, gris, burdo y tu móvil te ofrece las delicias que buscas en tu vida.

Pero te están controlando y no quieres enterarte. Las empresas saben tus gustos, tus necesidades, tus opiniones, tus demandas de ocio, consumo, compras, tu ideología política. Te venden tus demandas y tú las tragas sin mucho juicio crítico pues la información y la navegación corren rápido. Demasiado. Y tu cerebro no puede discernir tan deprisa. Estás geolocalizado. Saben tus movimientos, tus apetencias, tus creencias y tú te imaginas independiente. Formas parte del rebaño digital localizado y te sientes diferente en un mundo de comunes interconectados por las redes.

Tenlo claro, amig@, si sientes una ansiedad recurrente, dolores de cabeza o de estómago, taquicardias o pensamientos y emociones obsesivas, cuidado. Estás enganchad@ y no lo sabes pero eres esclavo de tu móvil. Si no sabes estar uno o varios días sin tu aparato, fuera de tu habitación, si no eres capaz de desconectarlo por la noche y tus relaciones son más virtuales que reales, eres miembro del rebaño virtual. Y tú no te enteras. Amig@, tienes un problema. Eres un zombie digital y no eres capaz de apagar el móvil cuando estás en una comida con tu familia o amigos y lo coges cuando escuchas una señal que emite el artilugio. Si se apodera la ansiedad de ti cuando te dejas el móvil en tu casa, tienes un problema que mirarte. Si sientes palpitaciones, sensación de ahogo, angustia, desesperación, alteración en tu sueño o revisas el aparatejo en demasiadas ocasiones o malas relaciones personales verdaderas con los demás o no prestas atención a lo que ocurre a tu alrededor, yo de ti me lo miraría, nomofóbic@ en potencia o ya en acto.

Yo de ti apagaría tu terminal por la noche o dejaría el móvil en otra habitación. Eliminaría aplicaciones innecesarias que te petan el trasto. Haz pequeñas salidas sin el teléfono y si puedes y si no puedes también, disminuye poco a poco tu tiempo de uso diario. ¿Por qué no te vas de escapadas con tus amigos (los que te queden claro), caminatas con gente nueva y real o haz deporte con otros o vive viajes de verdad, no los que ves por vídeo en esos programas que te tragas en el trasto. Vete a los conciertos de los grupos que te gustan y no te comas tantos vídeos.

Deja de viajar tanto a Venus o a Narnia o al País de Nunca Jamás. Por qué no dejas de ser tan surrealista en los irreales mundos de Instagram que no son los tuyos y apuesta por hacer lo que te gusta, llegues o no a tus metas.
Te suena otra vez el ruidito y corres a ver el móvil. Si es un wasap, un mensaje, un icono de facebook, un kinder, o un mensajito de instagram. Estás perdido y no te enterás. Eres un perfecto desconocedor del mundo que te rodea. Ves el sol en la pantalla de televisión mientras sale magnífico por la ventana. Prefieres mirar imágenes deslumbrantes de coches, casas, ropa, hombres y mujeres top, música y películas que te atrapan en un cuadrilatero digital.

Estás jodidamente atrapado y no te enteras. Eres el emperador de tu trono digital que cuando la nube se joda o te domine para siempre, dime cómo saldrás del laberinto. O ya será demasiado tarde...

 

 


 

 

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